Las montañas, esos gigantes que custodian el agua natural en forma de nieve en sus cumbres, nutren los ríos, los mares, los campos de cultivo y los hogares de todos los peruanos. En muchas zonas del país, a las montañas las llaman Apus, y en los Andes les rinden tributo con pagos a la tierra y torres de piedras llamadas apachetas. Gracias a estos rituales, ellos esperan que los Apus les sigan brindando eso que para ellos (y para todos) es vida: agua. Sin ella, el campo y sus cultivos no existirían. Ni la ganadería, ni la energía, ni las plantas, ni el hombre.
Los estudios indican que estos castillos naturales, donde nace la mayor parte de las cuencas hidrográficas, abastecen de agua dulce al 50% de la población mundial. El Perú, en teoría, es rico en agua: concentra el 71% de los glaciares tropicales del mundo (24% se encuentran en los países de la comunidad andina y un 5% en el resto del mundo).
Con los años, sin embargo, la amenaza a este ecosistema, y al agua, se ha hecho evidente: las altas temperaturas, caldeadas por los efectos del cambio climático, han desnudado a las montañas. Ahora lucen sin sus ponchos blancos, es decir, sin sus glaciares, llamados comúnmente nevados y ubicados en las zonas más altas. Los glaciares son una suerte de recaudadores de agua en estaciones con exceso de precipitaciones. Ellos aportan agua para uso doméstico, agrícola o industrial durante la época seca, cuando la lluvia escasea o no cae una gota del cielo.
Ante el retroceso de los glaciares durante las últimas décadas, el paisaje que rodea a las montañas se ve distinto. En algunos casos se observan charcos; en otros, lagunas. La imagen de postal que atrae a los turistas a la Cordillera Blanca ha ido mutando. “Las señales del cambio climático las ves en la laguna”, alerta Jesús Gómez, jefe del Parque Nacional Huascarán. En Pastoruri, el nevado histórico de la Cordillera Blanca peruana, se aprecia una laguna y bloques de hielo como huellas de este tiempo.
En el Parque Nacional Huascarán uno siente la vulnerabilidad de este ecosistema ante el cambio climático y el alto riesgo que implica. En las regiones montañosas y zonas aledañas, las avalanchas, los deslizamientos de tierra, las erupciones volcánicas, los terremotos y las inundaciones de los lagos glaciales constituyen una amenaza.
La laguna que menciona el ingeniero Jesús Gómez no tiene nombre. Era un charco de agua en el 2001 y fue creciendo con el proceso de deglaciación. Para el año 2018 se pronostica la desaparición del Pastoruri, nevado emblema del retroceso del hielo. No sería un hecho nuevo en el Perú. Eso sucedió con el nevado Chonta, fuente de agua de la laguna Choclococha, con la que se abastecen las regiones de Ica y Huancavelica. Ocurrió dos años atrás. Por eso los nevados también son grandes laboratorios para estudiar los fenómenos ambientales del pasado y del presente. De esa manera, uno se prepara para el futuro.
Una historia escrita en el hielo
Lonnie Thompson es uno de los glaciólogos más importantes del planeta. Este geólogo norteamericano carga consigo no solo pedazos de hielo de nevados de distintas partes del mundo que almacena en su ‘hieloteca’, sino también el equivalente al Premio Nobel de la Ciencia, el Tyler Prize for Environmental Achievement. El hielo, explica, permite reconstruir la historia de la Tierra, en su composición almacena los datos del paleoclima.
Para la creación del Imperio Inca, Thompson cuenta que fue clave la fusión de los quechuas con los aimaras. Estos últimos se movilizaron hacia el norte para sobrevivir. Como los aimaras, el antiguo peruano ha sabido enfrentarse a los períodos de sequía desde hace cientos de años. Y salir más que airoso.
Thompson estudia a los glaciares peruanos desde 1974. El nevado Quelcaya, una de las fuentes de agua del río Amazonas, es uno de sus grandes amores y fue testigo directo de la migración aimara. “El Quelcaya era un glaciar muy bonito, saludable, grande. A medida que hemos venido trabajando con él, lo he visto como un gran amigo que está muriéndose”, sostiene Thompson. Se prevé que el Quelcaya se extinguirá en el 2020.
Las últimas noticias sobre los glaciares de los Andes peruanos recogen datos impactantes: el 81% de los 755 glaciares existentes mide menos de un kilómetro cuadrado y el 41% del hielo de las cordilleras se ha perdido en los últimos 30 años.
Más allá de las estadísticas y pronósticos, ese vínculo de Thompson con la montaña, casi fraternal, es la llave para relacionarse con la naturaleza de otra forma. Solo así, advierte Thompson, se podrá estrechar lazos con el planeta y enfrentar al cambio climático: “El siglo XXI no se tratará de cómo nos llevamos unos con otros, sino cómo nos llevamos con la naturaleza. Eso será lo más importante”. Eso lo sabían los antiguos peruanos.
Los saberes ancestrales
El antiguo peruano domesticó los granos andinos y estableció mecanismos de manejo de agua y ampliación de la frontera agrícola en zonas muy difíciles. Los andenes son una evidencia de su conocimiento del clima y de cómo enfrentaron la problemática de las sequías. Estas terrazas, hechas con piedra, cumplen un rol fundamental en el control del agua, ya que evitan que esta se desperdicie al impedir que se escurra. De esa forma, se previenen aluviones y se evita que el agua se pierda en el camino. Además, se impide la erosión de los suelos y se permite una distribución adecuada de los diversos productos agrícolas.
“Los andenes son una medida de adaptación prehispánica. Los incas ya lo hacían antes de que existiera la preocupación y los conceptos de cambio climático”, sostiene Gonzalo Llosa, asesor del Ministerio del Ambiente
Llosa trae a la memoria otra técnica ancestral: las amunas, vocablo quechua que quiere decir “retener”. Esta consiste en recolectar el agua de la lluvia en las alturas y filtrarla en las rocas a través de acequias amunadoras para recogerla meses después mediante manantiales. Casi como cosechar agua cerca del cielo.
Y cerca del cielo, se sabe, todo es más complejo: las montañas generan una combinación de climas, suelos y microambientes que sustentan una variada diversidad biológica y de ecosistemas. Esa era la riqueza del antiguo peruano. Y esa es la riqueza que el Perú debe mirar, potenciar y conservar.
Basta pisar las alturas de Huancavelica, Puno o Cusco para testificar que los andenes como las amunas, son prácticas mantenidas hasta nuestros días en el país. Ambas, combinadas con técnicas modernas como el riego tecnificado, pueden ser replicadas en otras cuencas y ser una solución para lo que está sucediendo en los Andes. Y garantizar la sostenibilidad del recurso. “El peruano antiguo tenía habilidades que pueden ser parte de la solución”, alienta Gonzalo Llosa. De eso se trata, de adaptarse a los efectos del cambio climático, y a eso vamos a llegar.
En el territorio del antiguo peruano, las montañas hacen su mejor papel: nos brindan una diversidad de ecosistemas como pastizales altoandinos (puna), matorrales, bosques relictos, lagos y lagunas, así como bofedales, glaciares y bosques de neblina. Pero hay una paradoja en esta historia: si bien las montañas han resultado fundamentales para el desarrollo sostenible de las culturas prehispánicas, hoy los pueblos que viven en sus faldas son los más vulnerables al cambio climático. ¿Cómo nos estamos preparando?
¿Una retribución por el impacto ambiental?
Las temporadas de heladas y lluvias han dejado de tener meses fijos. Ante esto, campesinos cusqueños como Alejandro Quispe han cambiado la agricultura por la ganadería. Las heladas caen en cualquier momento y arruinan sus cultivos. Lo que cosechan ahora es para su autoconsumo. O, en el peor de los casos, deben ir a comprar sus alimentos. “Cuando era niño, mis padres tenían buenas cosechas, nosotros ya no”, se lamenta Alejandro.
El cambio climático ha hecho que el agua deje de congelarse en las cumbres y el hielo ha retrocedido dejando solo roca partida. Con menos nieve en los picos, la descarga de agua es menor. Eso es lo preocupante para los pobladores andinos como Alejandro, que sufren sus consecuencias diarias. Bajo este escenario, los andenes y las amunas surgen como alternativas para afrontar estos tiempos.
En Canas (Cusco), la tierra de Alejandro Quispe, no solo la agricultura se ha visto perjudicada. Algunos animales mueren por falta de agua, de forraje y de pastizales. Hoy, las montañas y los pobladores como Alejandro se encuentran amenazados por procesos que escapan de sus manos: crecimiento urbano, migración, actividades económicas y cambio climático, entre otros. ¿Deberían recibir los centros poblados de las zonas altas una compensación directa por los servicios ecosistémicos de sus lagunas, manantiales, campos y los ríos mismos?
En el Perú, el Ministerio del Ambiente acaba de promulgar la ley de Mecanismos de Retribución por Servicios Ecosistémicos. Esta normativa propone algo que es innovador para el país: si recibes beneficios del ecosistema de montañas, entonces debes retribuir con acciones de conservación, recuperación y uso sostenible de los ecosistemas. Suena lógico. ¿Es posible realizar actividades económicas extractivas y conservar el patrimonio natural? El objetivo es que sea posible.
Alejandro Quispe entiende el comportamiento de las montañas y del clima como quien lee los gestos de una madre. Ha crecido viendo a estos gigantes de nieve, percatándose del viento y cómo influye en la lluvia. Cuando el viento viene de la parte sur, hay helada; si viene de la parte oeste, llueve. Ese conocimiento empírico es uno de sus tesoros.
Sin ir más allá, Alejandro sabe que este ecosistema es la base para la producción agrícola. Quizá intuya, con la sabiduría que dan los años, que también ha sido clave para otras actividades económicas. Lo que no sabe, al igual que la mayoría de la población en el país, es que las montañas han contribuido a generar el 15% del PBI del 2013. En otras palabras, permitieron una riqueza equivalente a 68 millones 636 mil nuevos soles. Más allá de los números, Alejandro Quispe está convencido de que sin montañas, no habría vida para él ni su familia.
Guardianes de la biodiversidad
A 4 mil metros sobre el nivel del mar, el valor de las montañas se aprecia en las manos de Julio Hancco y Rosa Melo Quispe. Esta pareja de esposos cusqueños atesoran las más diversas variedades de papas nativas que crecen en sus parcelas de Qanqaupata, en la comunidad de Pampacorral. Ante los nevados Sawasiray y Pitusiray, Julio y Rosa han protegido y cultivado 186 tipos de papa en el valle de Lares, provincia de Calca, Cusco. Si bien Julio ha sido reconocido en la feria gastronómica Mistura 2010 con el “Ají de Plata” por ser un guardián de la biodiversidad, Rosa cumple también un rol clave.
Más allá de las montañas, el Perú y los Himalayas comparten algo más: el papel de las mujeres como las personas que dan vida y transmiten conocimiento. Como las semillas. Como las montañas. Como Rosa. Esa es la predica de la lideresa hindú Vandana Shiva, que les dejó un mensaje a decenas de mujeres campesinas peruanas que caló hondo: “Generaciones de mujeres han sido agrónomas, expertas en semillas, productoras y selectoras. Pero no se les ha reconocido nunca ese conocimiento. Si recuperas el conocimiento de una abuelita, recuperas el conocimiento para muchos. Eso ha existido en todos los espacios”.
Eso ha pasado en el Perú, en los Himalayas y en otros territorios montañosos. El saber ancestral ha ido transfiriéndose en las zonas de montañas que cubren, aproximadamente, un cuarto de la superficie terrestre del planeta. Es decir, albergan el 12% de la población humana, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Si las personas que habitan el mundo son casi 7 mil millones, entonces 840 millones de hombres y mujeres habitan en zonas de montañas o están relacionados a este ecosistema. ¿Cuántos guardianes de estos conocimientos y protectores de la biodiversidad existen en el planeta como Julio y Rosa?
“No existen productos nativos sin sociedades nativas. Este es el caso de la papa nativa, que gracias a la herencia cultural, tradicional y de manejo social es que contamos en el presente con un interesante abanico de variedades de papa”, ha dicho el matrimonio integrado por Julio y Rosa, miembros de la Asociación Nacional de Productores Ecológicos del Perú (ANPE PERÚ). Sin ellos, no hablaríamos de un boom gastronómico. Con ellos, en cambio, la seguridad alimentaria cobra esperanza.
¿Y si empezamos a ver a las montañas como gestoras de vida? Entonces, cuando se abra el caño en una casa limeña se sabrá de dónde vino esa agua; cuando se encienda un foco, se intuirá el origen de esa energía; cuando se compren las papas en el mercado, se reconocerá que vinieron de los Andes; cuando se hable de la biodiversidad peruana, se destacará el papel de estos gigantes que nos proveen todos estos recursos desde lo más alto a quienes están abajo, empequeñecidos ante su inmensidad. Sin reconocer esto, no habrá cambios importantes.
DATOS
Ecosistemas frágiles
Bienes y servicios
Protegidos
Adaptación a los cambios